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Meditación de S. B. Mons. Pierbattista Pizzaballa: XVI Domingo del Tiempo Ordinario, año A

Meditación de S. B. Mons. Pierbattista Pizzaballa: XVI Domingo del Tiempo Ordinario, año A

XVI Domingo del Tiempo Ordinario, año A

Mateo 13, 24-43

 

Seguimos escuchando el capítulo 13 de Mateo, que nos ofrece, después de la del sembrador, otras tres parábolas: la del trigo y la cizaña, la del grano de mostaza y la de la levadura.

Las tres comienzan con el mismo fragmento: "El reino de los cielos es semejante a ..." (Mt 13,24.31.33), y me parece que responden a una misma pregunta: ¿cómo llega el reino de los cielos, cómo se manifiesta? Pero también: ¿cómo actúa el mal, cómo intenta obstaculizar el crecimiento del Reino?

Escondidas entre las imágenes de la parábola, igual que la semilla se oculta en la tierra, el Evangelio nos ofrece varias respuestas.

La primera es que el Reino, cuando crece, no barre el mal: en la tierra se siembra buena semilla, destinada a dar buen fruto. Pero en la misma tierra se siembran otras semillas que, en cambio, sólo ocupan espacio, pero no dan fruto.

Esperaríamos que el sembrador impidiera que las dos semillas crecieran juntas, que coexistieran, pero no es así: ésta es la lógica de sus siervos, pero no la suya, y ésta es quizá la gran novedad del Reino.

Mientras que los siervos excluyen la posibilidad de que coexistan el trigo y la cizaña, el bien y el mal, para Dios es exactamente lo contrario: Dios ama al hombre dándole tiempo, y este tiempo es necesario para que llegue el momento favorable en la vida de cada uno, el momento en el que cada uno se abre a la salvación.

¿Y cuál es ese momento favorable?

Exactamente en el momento en que el hombre abre los ojos y ve que la cizaña ha crecido también en su propio campo, como en el campo de todo hombre: sólo entonces nace en el hombre el deseo de salvación, que puede convertirse en oración confiada y, por tanto, en existencia filial y fraterna.

Jesús, al fin y al cabo, hizo exactamente eso: trastocó por completo la imagen de Dios, el Dios que, todos, en su tiempo, esperaban, y que a menudo nosotros también deseamos. El propio Juan el Bautista acababa de anunciar un Dios así, que, pala en mano, limpiaría su era para recoger el buen trigo, mientras que quemaría la paja con un fuego inextinguible (Mt 3,12).

Es interesante que ésta, de las tres parábolas, sea la menos comprensible, hasta el punto de que los discípulos piden una explicación (Mt 13,36): nos resulta difícil pensar en un Dios que tenga este estilo, sería mucho más fácil pensar en un Dios todopoderoso, que sin demora destruye a todos los enemigos. No es así: la posibilidad de que en la vida pasen momentos favorables es para todos, sin excluir a nadie. Ésta es la gran conversión que nos espera, pero ésta es también nuestra verdadera esperanza y la única verdadera posibilidad real de una existencia libre.

Todo esto nos pide que nos abramos a categorías que no suelen figurar entre las más codiciadas por los hombres: la parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32) nos dice que una lógica de vida, como la descrita en la parábola del trigo y la cizaña, no puede necesariamente casarse con estilos grandiosos y medios imponentes. En cambio, prefiere la belleza de lo pequeño, que no se impone, que conoce la humilde ley del crecer y del devenir, la ley de la vida, de lo humano.

Finalmente, la parábola de la levadura (Mt 13,33) confirma todo esto: el Reino no es un espacio cerrado, donde sólo entran los buenos y los justos, sino una forma de vida en la que se está continuamente en contacto con la ambigüedad y la complejidad de la vida, sin que nada ni nadie sea considerado indigno del encuentro que salva.

Las parábolas, decíamos, nos cuentan también cómo obra el mal para impedir el crecimiento del Reino: su modo de actuar es ante todo en secreto. Mientras que el buen grano se siembra de día, el mal necesita esconderse y confundir: actúa de noche (Mt 13,25), aprovechando los agujeros donde se duerme nuestra vigilancia.

Y quiere pasar desapercibido, intenta no ser reconocido: el tallo del trigo y el de la cizaña son en realidad muy parecidos...

Una última observación: ante la pregunta de los discípulos pidiéndole una explicación sobre la parábola de la cizaña, Jesús no responde realmente, no explica (Mt 13,37-43). Da "sólo" un mensaje, a saber, que al final el mal no prevalecerá, no será el que triunfe. Al contrario, el mal acabará desapareciendo, llegará a su fin. No así los que habrán aceptado la nueva lógica del Reino: para ellos la luz seguirá brillando.

«El que tenga oído, que escuche» (Mt 13,43), concluye Jesús. Parecería una frase puesta ahí sólo para terminar el discurso, mientras que tal vez sea la clave del mismo: ¿cómo permanecer en el mundo, con sus contradicciones, con sus tentaciones? ¿Cómo vivir una vida expuesta al mal, sin dejarse aplastar por él?

Simplemente escuchando, dejando que la Palabra arraigue profundamente: el Reino llega así.

+Pierbattista